¡Hola guisantillos!
La que vais a leer a continuación es un primer borrador del principio de una de muchas historias que tengo en mi cabeza, sólo que esta sería una historia corta: Una especie de relato, supongo.
Espero que os guste:
"Salem, Massachusett. 1675.
La habitación era
iluminada por el fuego de la chimenea y la pequeña Marian jugaba con
sus muñecas de trapo mientras escuchaba el chasquido de la leña
caliente y las llamas.
Oyó unos pasos que se
dirigían hacia la habitación y hacían crujir la madera del
pasillo. Se puso en pie de inmediato y dejó sus muñecas sobre la
cama. Llamaron a la puerta. La niña concedió permiso para entrar.
Una mujer flacucha, larga y arrugada, vestida con faldón negro,
delantal blanco y cofia de lino a juego entró en el cuarto. Justo
detrás de ella una mujer joven, algo más baja y gruesa, de piel
morena e idéntica indumentaria, sostenía una bandeja con la cena de
Marian. Su mirada estaba fija en el suelo.
- Suficiente juego por
hoy Señorita. Es hora de cepillarse el pelo, cenar e ir a dormir –
dijo la mujer blanca con voz autoritaria.
La niña asintió y se
sentó en la banqueta frente al tocador, donde la mujer comenzó a
cepillarle su fino cabello castaño mientras la joven de piel oscura
depositaba con manos temblorosas la bandeja sobre la mesilla de
noche. Un silencio sepulcral invadió la estancia. Marian sólo podía
escuchar su propia respiración y las cerdas del cepillo deslizarse
entre su pelo.
- ¿Ya puedo hablar
con ella? - preguntó la pequeña mientras miraba el reflejo de la
criada joven en el espejo.
- No pequeña. Es como
un animal: No entiende una palabra de lo que le dicen. Y aunque lo
entendiera, no conviene que te acerques a ella.
- ¿Por qué?
- Porque no es una
persona como nosotras, una señorita: Ella es una salvaje. Una
bárbara incivilizada. No entiendo en qué pensaba tu padre cuando
la trajo a esta casa. Podría contagiarnos algo ¡o comernos!
- ¿¡Comernos!?
- Pues claro, ya te lo
he dicho: Son salvajes, caníbales y adoradores de Satanás – tras
mencionar el nombre la mujer se persignó -. Se comen a sus niños y
ancianos, y le ofrecen sacrificios al demonio, practican la magia
negra. ¡Escoria pecadora! Eso es lo que son.
Marian no pronunció
palabra y siguió observando a la salvaje a través del cristal
pulido. Debía ser cierto lo que le dijo la ama de llaves sobre lo de que no entendía absolutamente nada, pues de lo contrario pensó que ya
se habría comido a esa mujer arrugada y cascarrabias hace tiempo.
Cuando el cabello de
la niña estuvo finalmente desenredado, se metió en la cama
escoltada por la ama de llaves y tomó la cena, siempre en compañía
de las dos mujeres y el silencio que inundaba la estancia. Terminó
de cenar, se acomodó en la cama y se tapó bien, mientras las
mujeres abandonaban el cuarto tras apagar previamente las velas de la
estancia y la hoguera.
- Buenas noches
Señorita.
- Buenas noches –
respondió Marian.
Pero la niña no tenía
sueño, por lo que estuvo recitando oraciones y salmos hasta que
consiguió quedarse dormida: Pidió por su padre, el cual estaba pasando unos días en Boston por negocios. Pidió por su madre, por que su
estancia en el cielo fuera tan celestial como se merecía. Pidió por
la ama de llaves, ya que Marian nunca la había visto sonreír y
pensó que debía de ser muy desdichada. Y pidió por la criada
salvaje, para que aprendiera el idioma y que Dios alejara al demonio
de su vida.
Marian despertó
bruscamente en su habitación. El sonido se cristales rotos, golpes y
gritos se habían apoderado de la casa. Estaba asustada, casi tanto
como las mujeres y hombres que gritaban en el primer piso. De repente
la voces callaron y por unos segundos se sintió más tranquila. Pero
esa sensación duró poco; La voz grave y autoritaria de un hombre
gritó algo incomprensible y Marian enseguida sintió pasos que se
dirigían hacia ella a un ritmo frenético. Cogió su muñeca
favorita y se escondió dentro del armario de su habitación, entre
varias mantas. La puerta se abrió violentamente, golpeando el pomo
contra la pared. Marian pudo ver a través del hueco de la cerradura
a un niño flacucho mayor que ella: Llevaba una especie de hacha
manchada de rojo en su mano e iba vestido con una extraña
indumentaria de cuero y plumas que dejaban su torso pintado al
descubierto. Tenía la tez oscura, cara alargada y ojos oscuros
rasgados, muy similares a los de su criada.
El muchacho examinó
la estancia, olfateó las sábanas como si fuera un perro y se
arrastró por el suelo para ver bajo la cama y otros muebles,
cuando de repente fijó sus oscura y fría mirada en el armario.
Marian se abrazó fuertemente a su muñeca y se acurrucó todo lo
posible contra una esquina, casi como intentando atravesar la pared.
Comenzó a llorar todavía más asustada mientras las palabras de la
ama de llaves sobre los indígenas inundaban su mente: <<¡¡Me
van a comer!!>>, pensaba, <<¡¡¡Me van a comer y voy a
ir al infierno!!!>>.
La puerta del
guardarropa se abrió de par en par y Marian no pudo evitar gritar,
aunque no se atrevió a abrir los ojos. El muchacho apartó todas las
mantas tirándolas con violencia al suelo. Marian vivió entonces los
segundos más angustiantes de su vida:
No sintió nada, a
parte de el frío en su cuerpo; Tampoco oyó nada. Sin saber muy bien
por qué, su cuerpo se relajó y llegó a pensar que ya había muerto
¿Qué otra explicación habría si no? Abrió poco a poco los ojos,
pero lo que vio la sorprendió más que encontrarse ante las
mismísimas puertas del cielo: El muchacho de piel oscura la
observaba fijamente, parecía no entender lo que tenía frente a él.
Marian también lo miraba, pero con una expresión muy diferente:
pánico y terror.
El indígena se acercó
a la niña sin demasiada delicadeza y agarró la cabeza de ella entre
sus manos, para a continuación acercarse más y mirar fijamente sus
grades e intensos ojos verdes.
Marian no entendía
nada. Pudo verse reflejada en los ojos oscuros de aquel niño, pero
estaba tan asustada que a penas se reconocía.
De repente, en un
ataque de valor repentino, Marian gritó y apartó de un fuerte
empujón al muchacho. Ésto no pareció agradar al niño, ya que
estuvo a punto de caer al suelo desequilibrado. La expresión del
indígena cambió entonces y en sus ojos pareció encenderse una
pequeña chispa de cólera, que acompañó con gritos
incomprensibles. Marian estaba segura de que ahora si que la mataría,
cuando de repente vio a su criada salvaje al otro lado de la puerta,
la cual le dedicó angustiada unas palabras al niño en un idioma que
no entendía. La mujer se fue corriendo y tras ella el muchacho.
No escuchó como se
cerraba la puerta de la calle. Solo escuchó los gritos de algunos
vecinos y el sonido de los disparos."
Y hasta aquí.
No es mucho, pero me gustaría saber vuestra opinión.
Gracias por pasaros, leer y comentar. ¡Un saludo y hasta la próxima!
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